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Patagonia | 10.08.2024  

El bosque petrificado más extenso del mundo está en la meseta de Chubut

La desértica meseta del sur de Chubut alberga el bosque petrificado más grande del mundo, que ocupa unos 300 kilómetros cuadrados, aproximadamente a 150 kilómetros la oeste de Comodoro Rivadavia, y a unos 30 de Colonia Sarmiento, con árboles de fueron verde hace unos 60 millones de años.

Fuente: www.calidadtdf.com.ar

Allí se encuentran, convertidos en piedra, desde grandes troncos, miles de ramas, hojas, frutos, astillas y hasta pequeñas semillas de especies que se elevaban hasta un centenar de metros cuando la región era un bosque tropical y pantanoso.

Se trata del Área Natural Protegida Bosque Petrificado Sarmiento, por estar en jurisdicción de esta ciudad, una de las más antiguas de la Patagonia, fundada en 1897.

Desde Comodoro Rivadavia, la mayor ciudad de Chubut, se llega por la Ruta Provincial 20, en la que luego de más de una hora de recorrer el desierto, tras una curva cerrada surge a la vista el verde valle del río Senguer, regado por una red de canales originados en su cauce, y los dos grandes lagos que flanquean Colonia Sarmiento.

La ruta pasa lejos del lago Colhué Huapi pero bordea el Musters, y entre ambos está el acceso a la ciudad, en cuyo valle se cultivan hortalizas y frutas, y se cría ganado ovino y bovino.

Colonia Sarmiento aún constituye un oasis para quien haya atravesado durante horas el desértico Corredor Central de la Patagonia, con sus secos y fuertes vientos arenosos.

Unos 30 kilómetros al sur, por un camino que lentamente deja atrás el verde para internarse en el ocre y rojizo desierto pedregoso, se encuentra el también conocido como Bosque Petrificado José Ormaechea, en honor al investigador que lo descubrió, en 1927.

El bosque de fósiles se encuentra precedido en ese corto recorrido por las típicas mesetas escalonadas y sierras aisladas de la Patagonia, y un conjunto de leves lomas de estratos rojizos y ocres, con finas franjas blancas, que contrastan con el cielo azul en los días soleados.

Entonces aparece el valle que una vez fue fondo marino, donde al retirarse el océano se formaron lagos y pantanos en un clima subtropical que albergaban una fauna variada de grandes saurios -probada por los muchos hallazgos paleontológicos de la zona- y una selva con coníferas y palmeras.

Al surgir la cordillera de los Andes en la Era Paleozoica o Terciaria, hace unos 70 millones de años, los vientos del Océano Pacífico perdieron su humedad al oeste de las montañas y azotaron áridos y furiosos la región, lo que sumado a las numerosas erupciones volcánicas posteriores a ese acomodamiento geológico, acabó con ese vergel.

Nadie debe esperar encontrar, ni éste ni ningún otro bosque petrificado son -aunque su nombre lo sugiera- bosques en el sentido literal, es decir un conjunto de árboles convertidos en piedra que permanecen como esculturas enhiestas, sino restos desparramados o semienterrados.

Esta ANP mide unos 80 kilómetros de norte a sur, por cuatro de ancho, pero el circuito turístico tiene una extensión de unos dos kilómetros y, sin prisa, se puede completar en un par de horas.

El recorrido cuenta con media docena de miradores, algunos de los cuales permiten observar en toda su amplitud el espacio llamado Valle Lunar.

En todo el circuito, millares de ramas, troncos gruesos o pequeños y otros restos fósiles de vegetales, de tonos marrones, rojos y amarillos, descansan junto al sendero o dispersos por el valle, salvo algunos que por su tamaño o forma especial fueron colocados en puntos claves para una mejor observación.

El perfecto estado de conservación engaña la vista, ya que parecen rollizos o leños cortados y secados recientemente, en algunos casos con su corteza y ramas diminutas intactas, pero basta tocarlos para sentir la frialdad del mineral o golpear suavemente dos piezas para oír el sonido seco y metálico del choque entre dos piedras.

En algunos troncos cortados transversalmente se ven con claridad los anillos de su crecimiento, mientras en otros la erosión horadó ventanas de variado tamaño o huecos longitudinales que los asemejan a rústicos tubos.

El fuerte viento patagónico puede convertir en pocos minutos un día de sol radiante en una jornada opaca y encapotada, o cubrir el lugar de rápidas nubes que se deslizan sobre las formas del valle y generan un verdadero juego de sombras que magnifica la belleza del lugar.

Los senderos turísticos están delimitados con pequeñas piedras o restos de los mismos fósiles y carteles, y los guías destacan que es importante no salirse de ellos aunque el terreno sea de arena firme, porque es peligroso.

El terreno no es sólo peligroso para los turistas, sino también para el ambiente, porque esos arenales pueden estar llenos de semillas, hojas y diminutas astillas fosilizadas que se romperían o se perderían en los calzados de visitantes desaprensivos.

Si el impredecible clima patagónico se torna hostil, se puede visitar el centro de interpretación a la entrada de la reserva, donde hay restos paleontológicos y arqueológicos de la región.

 

Por: Ernesto Daniel Maggiori (emaggiori@yahoo.com.ar).

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