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Río Grande | 11.10.2020  

Microfísica de la vuelta a la vida social

“Es importante entender por qué tenemos que movernos de otro modo, porque la vuelta a la vida social no significa que la pandemia pasó ni que la cuarentena no sirvió para nada. Las ciencias médicas, lo que tienen para decirnos por ahora, es que -no hay remedio-”.  Por Osvaldo López (*).

Fuente: www.calidadtdf.com.ar

Principiando octubre digamos que a esta altura de la pandemia hemos aprendido a cuidarnos como para prevenir el contagio, con lo cual podemos ir pensando en volver a la vida social con el debido respeto a las precauciones correspondientes.

El aprendizaje es un proceso como el de la siembra: se esparce un puñado de semillas de las cuales algunas germinan. Que no exista una efectividad del cien por ciento no quita que exista aprendizaje. Los procesos colectivos son así, a veces mejores, a veces peores, nunca óptimos. Y con lo que hay andamos, a veces avanzamos, a veces retrocedemos, mas casi siempre andamos. A veces nos estancamos también.

Asimismo podemos comparar el proceso de aprendizaje con una campaña de vacunación, ya que estamos: no se llega al cien por ciento de los individuos de una población determinada, lo que no quita que podamos hablar de una campaña exitosa del punto de vista de los macro indicadores propios de la salud pública (de ahí viene, por ejemplo, la denominada ‘inmunidad de rebaño’).

Claro, que podamos recurrir a comparaciones para hacernos entender y comunicarnos no implica que no hayan diferencias: en la siembra o en la vacunación discernimos un dador (sembrador, Agente Sanitario o Enfermero; y un receptor, el suelo o la persona a vacunar). En el proceso de aprendizaje esa diferenciación se desdibuja: podemos por hipótesis asumir que hay quien enseña (desde el gobierno del Estado) y quien aprende (la población), pero en rigor de verdad todos y todas vamos aprendiendo sobre la marcha (como en la denominada ‘educación popular’, aprendemos y enseñamos a la vez).

El aprendizaje adquirido/construido es tanto individual como colectivo. Claro el proceso está en marcha, no digo que haya concluido. Seguiremos aprendiendo. Lo que digo es que con lo que hay hasta acá alcanza para empezar a pensar en volver a la vida social.

En este sentido, del punto de vista individual, sabemos que tenemos que reducir al mínimo indispensable las juntadas las cuales, en caso de darse, también tienen nuevas reglas que cumplir, que van desde los modos de saludarnos, pasando por el uso de cubre nariz y boca (o barbijo), hasta el distanciamiento interpersonal a preservar; sabemos cómo estornudar o toser; sabemos de la higiene de manos con agua y jabón o alcohol en gel; etc.

Al principio la pandemia nos imponía una suerte de antítesis de ‘lo social’; el ‘remedio’ pasaba por aislarse, a lo Robinson Crusoe; ni hablar de tocarnos, a través de los típicos gestos básicos de afecto, respeto o decoro. Hoy podemos decir que no hay tal, sino una transformación de esa dinámica.

En parte, quizás ‘las lecciones’ las aprendimos ‘de memoria’; en parte capaz razonamos y comprendemos un poco más a fondo las cuestiones: ¿por qué el distanciamiento?, ¿por qué el barbijo?, ¿por qué el jabón o el alcohol?, ¿qué tienen que ver con el virus, cómo contribuyen en la prevención?.

Me interesa que nos enfoquemos en la física, por un momento; cinética, dinámica, movimiento. Es evidente que cuando hablamos de volver a la vida social somos como piezas de una compleja maquinaria que se mueven para desarrollar un trabajo y es ahí donde pondremos en juego esas cosas aprendidas o esos hábitos adquiridos, en esa dinámica transformada que mencionaba.

Es importante entender por qué tenemos que movernos de otro modo, porque la vuelta a la vida social no significa que la pandemia pasó ni que la cuarentena no sirvió para nada. Las ciencias médicas, lo que tienen para decirnos por ahora, es que ‘no hay remedio’. De ahí el recurso a la física. Conviviremos con el virus como una pieza más de esa maquinaria que mencionaba y con la que debemos tratar de no tomar contacto lo cual, como también ya dije, tendrá una efectividad que no será total.

Volvemos a la vida social por dos grandes razones: primero porque la preservación de la salud psicosocial lo requiere, para que no sea tan grande ni tan difícil el esfuerzo necesario después para recuperarla con la mayor plenitud y la menor secuela posible; y segundo porque la economía necesitará recuperar niveles de producción e intercambio contenidos. Luego hay un millón de razones más, pero todas pueden caber dentro de esos dos principales grupos.

Ya que tanto se ha comparado la pandemia con una guerra (contra un ‘enemigo invisible’), digamos que hubo una etapa en la cual debíamos guardarnos en las casas porque no sabíamos por dónde, cómo ni cuándo podía alcanzarnos una bala o una esquirla; ahora más o menos sabemos cómo son las armas del enemigo así que empezamos a salir con precaución, esquivando lo mejor que podamos las balas, alcanzando colectivamente el mayor nivel de efectividad que podamos, y atendiendo también lo mejor que se pueda a los heridos (infectados) que indefectiblemente habrá. Esto en el tramo anteúltimo de esta guerra, en el cual está en camino nuestra más poderosa arma (la vacuna), la cual se supone dispondremos a partir del primer semestre del año que viene y con la cual le asestaremos un duro golpe a este monstruo microscópico para, a lo mucho en un par de años, haberlo erradicado.

Estas ‘balas’ tienen un alcance que no supera los dos metros, en eso quiero que nos concentremos.

El virus, del punto de vista químico, tiene una conformación grasosa; vale decir que tiene un peso específico superior al aire. No se trata de un gas que flota en el aire; sino que viaja en sentido parabólico para terminar en el piso, dependiendo la longitud de su recorrido de la fuerza y de la dirección con que fue lanzado (sacudón de mano, revoleo de campera, estornudo o tos fuerte, carcajada, vociferación, etc.). Que termine finalmente en el piso o no dependerá de que se interponga algún elemento en cuya superficie en definitiva se quede (mesa, computadora, teléfono, etc.).

La trampa que nos tendió el enemigo es que nos convirtió a todos y a todas en potenciales armas portadoras/disparadoras de sus balas, como campos minados con los que tener cautela; como decía, el virus no vuela, no está en el aire; las personas y nuestros objetos lo podemos transportar y transmitir. De ahí la importancia de la cinética en la nueva vida social.

Al salir, tendremos que movernos como ‘en cámara lenta’; cualquier movimiento brusco o sacudida puede esparcir el virus, que irá a pegársele a alguien o a parar en algún lugar donde no estaba y desde donde alguien puede levantarlo. De ahí la importancia del lavado de manos: no se trata de que el virus sea un organismo vivo al cual el jabón resulte un veneno; el virus es grasa que el jabón adhiere y barre, o el alcohol en gel desintegra. Debiera decirse que aparte de las manos, también deben aplicarse al ‘área crítica’ (boca, nariz, mentón) a través del cual el virus puede entrarnos e infectarnos. De ahí también la importancia del cubre nariz y boca en episodios de juntada, como barrera para que no entre más que como impedimento para que lo lancemos, cosa que podemos hacer desde muchas otras partes, como las manos, los objetos (mate, vajilla, teléfono, control remoto, computadora) o la ropa (piénsese, por ejemplo, en la manga de una campera en la cual –por consejo médico- hemos estornudado o tosido, y que colgamos en un perchero compartido).

Hay quienes saben más y lo pueden decir o fundamentar mejor. Pero a veces pasa que los expertos sólo se hacen entender por expertos. Y la verdad es que si este coronavirus sólo afectara a expertos no estaríamos hablando de pandemia la cual, por definición, asola a la población mundial, mayoritariamente conformada por personas no expertas ni especializadas.

Escuchaba al Gobernador de Tierra del Fuego decir que podemos de a poco volver a vivir como lo hacíamos antes: “lo podemos hacer, pero cuidándonos”. Y estas reflexiones básicas tratan de ponerle contenido a esa frase, como un aporte para que se entienda a qué puede estar refiriéndose. “Tenemos que seguir caminando en medio de esta pandemia” fue la frase que eligió Melella para decir lo mismo que intento anclar en la física básica de esta suerte de ‘carrera de obstáculos’.

Decía que el aprendizaje no sólo es individual, sino también colectivo. De este segundo punto de vista, quedó claro que ‘la cura’ para esta enfermedad social está más en manos de la gente del pueblo que de los hospitales, los médicos o los fármacos. Esto es claro, como que -ya dije- no hay remedio por el momento.

Sabemos que ‘la guerra’ no terminó. Sabemos que tenemos que empezar a ‘volver a salir’. Sabemos que infectarnos, infectar a otras personas, o no hacerlo depende, en parte de la suerte (con lo cual no se puede hacer nada), en parte de nuestra manera de movernos, en el sentido de esos hábitos adquiridos que –propongo- los tenemos que pensar/comprender desde la mecánica, desde la física. La guerra es, entonces, entre la razón/comprensión aplicada a la física, y la suerte o el azar propio de una ruleta rusa.

Despreocupémonos de médicos, hospitales, científicos y vacunas, en lo que debemos confiar, porque se está haciendo lo que se tiene que hacer. Ocupémonos de lo que depende de cada uno y cada una de nosotros, que por ahora es lo único efectivo.

Y ya que hablamos de ruleta, apuesto: porque el raciocinio le ganará al azar, hasta que la ciencia provea la solución definitiva.

 

(*) Senador nacional (Mandato Cumplido). Legislador provincial de Tierra del Fuego (Mandato Cumplido).

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