El legado de Romina, una defensora del trabajo en el Beagle
La fallecida Presidenta del Clúster de Pesca Artesanal Tierra del Fuego impulsó con tesón la actividad y expuso siempre sin eufemismos las dificultades del sector. Su voz cobra hoy especial relevancia ante el debate legislativo por la salmonicultura.
A días de que la Legislatura debata cambios en la ley que prohíbe la salmonicultura en el Canal Beagle, vuelve a resonar la voz de Romina Paula Campos, productora acuícola y Presidenta del Clúster de Pesca Artesanal TDF. Su fallecimiento en un siniestro vial ocurrido el 14 de noviembre dejó un vacío en la comunidad, pero también un testimonio de lucha marcado por su vida en Puerto Almanza, donde echó raíces junto a su familia y defendió durante años los derechos de los pescadores y acuicultores artesanales.
Había quienes la conocían como Romina. Otros, simplemente, como “Romy”. Llegó desde Capilla del Monte a Tierra del Fuego buscando un horizonte nuevo y terminó encontrando una vida completa en Puerto Almanza, la pequeña comunidad rural ubicada a orillas del Canal Beagle, donde las montañas se recortan sobre el agua helada y alrededor de un centenar de personas sostienen su vida cotidiana entre el mar, el clima extremo y la voluntad de quedarse.
Romina había echado raíces profundas en Almanza. Llegó al fin del mundo en 2009 para trabajar en un bar en Ushuaia, donde conoció a Fabián Valdés, pescador artesanal y acuicultor. El flechazo fue inmediato, aunque ella debió regresar a su Córdoba natal. Fabián la siguió a Capilla del Monte, se reencontraron y ella tomó una decisión que transformaría su vida: acompañarlo a Puerto Almanza y sumarse al emprendimiento pesquero y marisquero que él había iniciado tiempo atrás. Dejó el cine, el video, la televisión y la danza clásica, disciplinas que había estudiado y que formaban parte de su vida, para dedicarse por completo a un proyecto arraigado al mar.
Adaptarse no fue sencillo. Cuando llegó, en el pueblo no había teléfono, ni televisión, ni wifi. Los inviernos alcanzaban los 12 grados bajo cero y las comunicaciones dependían de una repetidora chilena instalada en Puerto Williams. Pero el paisaje, las montañas, las playas y la vida junto al Beagle se volvieron parte de ella. Desde su casa, Romina contemplaba ballenas, lobos marinos, focas leopardo, delfines y pingüinos. Por las noches, contaba que podía escuchar la respiración de las ballenas al exhalar vapor por sus espiráculos. Era un privilegio que, decía, no tenía precio.
En Almanza, Romina y Fabián trabajaban en múltiples frentes. Él, apasionado por el mar y los animales desde joven, se dedicaba a la pesca de centolla y centollón -un crustáceo más pequeño, de color amarillento y sabor intenso-, además de brótolas, abadejos, salmones salvajes y pulpos. También desarrollaba un criadero de truchas Arcoíris cerca de Punta Paraná. Ambos impulsaron la marca Australmar, con una planta procesadora habilitada por SENASA para cocinar, congelar y envasar sus productos. Usaban un túnel de congelado rápido para conservar la calidad y, cuando podían, incorporaban almejas, erizos y róbalos comprados a otros pescadores para ampliar la oferta.
Fabián también se dedicaba a la cría de mejillones, que realizaba en bateas flotantes o balsas en el canal Beagle. “Es un sistema que los españoles desarrollan en sus rías”, explicaba Romi, y para esto tuvieron que conseguir el permiso de “mitilicultura”. Después continuaron trabajando en un proyecto para implementar el sistema de cultivo de mejillones llamado “longline”, por el que los mitílidos flotan de cuerdas o cabos largos, sostenidos por boyas.
La vida familiar giraba alrededor de ese trabajo intenso, del clima impredecible y de la educación de su hijo, Facundo, quien asiste a la Escuela 44 “Héroes del Submarino ARA San Juan”, de apenas dos aulas y nueve alumnos. Una institución que la comunidad esperaba ver crecer para evitar que los jóvenes debieran emigrar. Ese arraigo también formaba parte de la visión de Romina: que Puerto Almanza pudiera consolidarse como comunidad, con infraestructura, identidad y una economía sostenible.
Ese espíritu la llevó a involucrarse aún más en la defensa de los pescadores y acuicultores artesanales. Fue Presidenta del Clúster de Pesca Artesanal de Tierra del Fuego, un rol exigente en un ámbito históricamente masculino, donde logró hacerse escuchar por su conocimiento del trabajo y por un temperamento firme. En junio de este año, publicó una reflexión en redes donde relató en primera persona las dificultades que ella y otros productores atravesaban. Denunciaba demoras, trabas administrativas y un trato desigual: “Soy una productora acuícola artesanal que vivió y vive en carne propia el manoseo político hacia los pequeños productores y las comunidades rurales”, escribió.
Contó cómo, tras adaptar su proyecto de salmonicultura a escala artesanal en tierra, llevaba años esperando la habilitación provincial, a pesar de estar registrada a nivel nacional. También expuso la pérdida de la habilitación para comercializar moluscos bivalvos por incumplimientos administrativos de la Secretaría de Pesca, que los dejó sin trabajo durante 2023 y 2024. Y explicó cómo tampoco habían obtenido respuestas sobre permisos para extraer erizos, investigar sobre pulpos o pescar peces desde embarcaciones artesanales.
En su lucha, Romina fue contundente, sin palabras eufemísticas: “Como un velo que se descorre dejando a la luz la evidencia siento que las autoridades de aplicación no trabajan de manera integral como suelen promocionarse, sino que ponen sus funciones al servicio de grandes corporaciones, sus amigos o intereses propios, diciendo con gran hipocresía que protegen a todos los fueguinos”.
Su mensaje apuntaba a la coherencia pendiente entre leyes, normativas y la realidad concreta de quienes viven de la pesca: “Qué tristeza que las leyes y normativas no tengan coherencia con la realidad de los pescadores y acuicultores artesanales, y que no hagan sostenible su actividad en las comunidades rurales…”. Sin embargo, Romina no se limitaba a la crítica. También alentaba a otros emprendedores con una frase que definía su carácter: “¡Ánimo! Tengo mucha esperanza. Hay que seguir nutriéndose, buscando un equilibrio y respetándonos en la diversidad”.
Su vida, contada años antes en una entrevista publicada por “Bichos de Campo”, mostraba la otra cara de esa lucha: la de una pareja que soñaba con quedarse en Almanza, criar a su hijo allí, y fortalecer una comunidad donde todos conocían la rutina del mar. Trabajaban con sacrificio, defendían su modo de vida y aportaban a una economía pequeña, pero vital.
Hoy, mientras la Legislatura fueguina se prepara para debatir posibles cambios en la norma que prohíbe la salmonicultura en el Canal Beagle, la figura de Romina vuelve a aparecer. Su voz había sido una de las opositoras a la iniciativa. Su mirada, construida desde la experiencia diaria, desde las bateas flotantes, los inviernos crudos, la escuela rural y las tareas infinitas de un emprendimiento familiar, refleja una dimensión del debate que trasciende el expediente: la vida de quienes, como ella, eligieron quedarse en Almanza y sostener una actividad que no solo es productiva, sino identitaria.
Romina Campos murió regresando a esa vida que había elegido. A su casa, a su familia y al lugar donde encontró su lugar en el mundo. Su historia queda ahora como retrato de una mujer que defendió la pesca artesanal con convicción, que trabajó para su comunidad, y que soñó con un futuro posible para Puerto Almanza.
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